Por: Transeúnte

 Finalmente, el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió dejar los abrazos para optar por los balazos. La captura en Sinaloa, el jueves 5 de enero, de Ovidio Guzmán, cabecilla del Cártel del Pacífico, fue una acción sorpresiva y contundente que acusa un efectivo trabajo de inteligencia.

En cuestión de escasas horas, luego de ser arrestado, el Chapito ya estaba en la Ciudad de México listo para ser procesado.

Lo que da a entender esta acción del Gobierno Federal, es que se preparó un regalo para el presidente de Estados Unidos, Joe Biden en su visita posterior a México.

Al entregarle al hijo del Chapo Guzmán, AMLO hace patente su interés de dar guerra a los cárteles, más allá de sus imprudentes mensajes en los que dice que prefiere la paz, en lugar de hacerles frente a tiros lo cual, se ve, no ha servido de nada.

Lo que sigue ahora es ver si el golpe al narco detenido es el componente de una estrategia necesaria de descabezar los grupos criminales o si solo es un ajuste de cuentas del mandatario, después de que el mismo capo lo hiciera quedar en ridículo en octubre del 2019, cuando tuvo que dejarlo ir para evitar una masacre, según argumentó.

Ojalá no sea un golpe aislado. Debemos recordar que esta estrategia de capturar objetivos prioritarios, tan cacareada en el sexenio de Felipe Calderón, no sirvió de nada.

Habrá que ver en qué quedaron los intentos por regularizar con leyes la venta y consumo de la mariguana, una medida que, se ha demostrado, apaciguará mucho la violencia que genera su comercialización.